Rafael Carralero
José María Heredia, uno de los grandes del siglo XIX en esta región del mundo, se
encuentra entre el olvido y la desestimación. Uno se pregunta ¿cómo ha podido
ser? Algunos lo dicen, otros lo ignoran, algunos prefieren mantener su imagen
en el olvido, porque fue un combativo crítico de su época, pero su pensamiento
adquiere cada vez mayor vigencia.
Heredia fue, el primero de los poetas románticos de la lengua
española. Este sólo hecho bastaría para que, en rigor, su figura fuera
estudiada desde que los niños de Hispanoamérica comienzan la primera enseñanza.
Debía existir un centro dedicado al estudio y promoción de su obra, debieran
existir cátedras heredianas en universidades de la región. Ocurre que Heredia
fue una personalidad de ineludible referencia tanto en lo intelectual como en
lo político.
En el Teocalli de Cholula, un poema de
exaltación romántica, inspirador del romanticismo en México e iniciador en la
lengua española, fue escrito por Heredia cuando tenía apenas 16 años (1819). Es bueno recordar que este movimiento se
impuso en España con las figuras de El Duque de Rivas, Zorrilla y Espronceda,
luego de la muerte de Fernando VII en 1833. En esa fecha, Heredia estaba
viviendo sus últimos años de existencia
y hacía 18 años que había concebido el poema que dio origen al movimiento en
nuestra lengua.
Otra cosa es Heredia
político, patriota, anticolonialista y crítico agudo de la realidad del
continente, una crítica visionaria, propia de un adelantado como fue desde su
más temprana edad. Estos aspectos
también merecen una mirada, un homenaje
de recordación permanente. Los cubanos y mexicanos estamos siempre convocados a
ese homenaje, porque Heredia fue figura clave para la cultura de ambas
naciones. Lo que podría ser válido para el subcontinente, pues nunca su mirada
dejó de estar pendiente de lo que en
otras partes ocurría, especialmente en Venezuela, donde vivió parte de su niñez
y adolescencia.
Heredia nació en
Santiago de Cuba en 1803 y murió en México en 1839. Salió de Cuba a muy
temprana edad. Después del Periplo que
lo llevó como parte de la Familia por Dominicana, Venezuela Y Pensacola, le
tocó su primer momento en México, también como parte de la familia, pues su
padre, José Francisco Heredia era un
abogado funcionario de la corona española. En este momento inicial escribió En
el Teocalli de Cholula, poema al que ya hicimos referencia.
A la muerte de su
padre, Heredia viaja a Cuba, una estancia breve le sirve para hacer sus
estudios de abogado, vincularse especialmente con la intelectualidad habanera
y matancera, se relaciona con las ideas independentistas y, en consecuencia se
vincula con la conspiración Soles y Rayos de Bolivar, lo que le obliga al
destierro en Nueva York donde se dedica a la docencia. Estando en aquella
ciudad, recibe una carta de Guadalupe Victoria, quien lo invita a venir a
México.
En su viaje a México
logra divisar las costas de Cuba, la Isla es obsesión para el cantor del
Niágara, escribe entonces El himno del desterrado, que define con claridad el
alcance patriótico de este hombre que a no dudar es el poeta de la nacionalidad
cubana. Cerca que Guadalupe Victoria, como oficial de la secretaría de asuntos
exteriores, vivirá los mejores momentos de su vida, si de tranquilidad y
bienestar material se trata. En tales circunstancias conocerá a Santa Anna, de
quien llegó a ser secretario para
terminar siendo su más encarnizado crítico y víctima.
Atrapado por ciertos
males pulmonares, que más tarde lo llevarán a la tuberculosis, Heredia se
traslada a Toluca, donde funcionó como primer director oficial del Instituto
Literario, que luego sería la Universidad Autónoma del Estado. Fue diputado,
editó varios periódicos y revistas, tuvo una participación activa dentro de la
masonería de los York y mantuvo una actividad creativa importante, entre la que
se destaca su epistolario crítico, combativo y progresista. Desde allí escribió
el primer reglamento y programa para la primera escuela indigenista de América.
A lo largo de su
corta edad, Heredia lleva como una espina el asunto de la independencia de
Cuba, no acepta el dominio colonial que le parece ignominia contra su pueblo.
Estando en Nueva York en 1825 dejó patente en sus versos su agonía y dolor, escribió
la Oda patriótica, donde expresa su rabia y hace un reclamo a los cubanos, pues
a partir de la invasión napoleónica a España, las colonias de Hispanoamérica
van conquistando su soberanía, no así Cuba, que tendrá que esperar casi un
siglo después. Dice Heredia entonces, y cito algunos versos:
¡Cuba! ¡Cuba! ¿Y tú
callas? ¡Ay!
Esperas a que el
torrente atroz de la conquista
Ruede sangriento
sobre ti? …
¡Álzate! ¿Oh Cuba!
Y con tu
independencia, generosa
Abre la senda a tu
poder y gloria…
El Himno del desterrado es también un reclamo de nostalgia y
un canto libertario, cito dos de sus
cuartetos:
¿Cuba! Al fin te
verás libre y pura
Como el aire de luz
que respiras,
Cual las ondas
hirvientes que miras
De tus playas la
arena besar.
Aunque viles
traidores le sirvan,
Del tirano es inútil
la saña,
Que no en vano entre
Cuba y España
Tiende inmenso sus
olas el mar…
Este poema escrito en 1825, marca, sin dudas, la
radicalización de Heredia. Indiscutible
el hecho de que es el gran poeta de la nacionalidad cubana. Parece confirmarlo
Martí, cuando poco más de medio siglo después, le llamara el maestro y lo ve
como el gran símbolo de la identidad cubana. No sin razón, lo llamó también el
poeta de América, porque tal vez fue Heredia el primero de los poetas que
reclamó la soberanía de las naciones del subcontinente.
Vale destacar que
Martí nació cincuenta años después de Heredia (1853), fue, probablemente, el
hombre más ilustre del siglo XIX y un revolucionario vertical, preclaro. Para
él, Heredia fue una referencia lírica y patriótica que lo inspiraba. Son
innumerables las coincidencias entre estos dos hombres, cuya universalidad no fue
obstáculo para que llevaran sobre su pensamiento y acciones la prioridad
incuestionable de ver libre a su patria, aún cuando ambos sufrieron el
destierro y la mayor parte de su vida la vivieses separados de la tierra que
les vio nacer.
En México son muchos
los actos, discursos y artículos que sitúan a Heredia como defensor a ultranza
de la soberanía, el adecentamiento de la gestión política y en contra de la
corrupción, el autoritarismo y la desunión nacional. Los males que observaba en
México los podía constatar en la mayoría de las naciones nuevas de la región,
las luchas y guerras intestinas, fratricidas, lo fueron alarmando. En 1833 se
opuso a que le otorgara la condición de benemérito de la patria a un grupo de
generales encabezado por el entonces presidente Antonio López de Santa Anna, lo
que significó una especie de suicidio que lo llevó a la miseria.
Dijo Heredia
entonces que:
Una
dolorosa experiencia en la historia contemporánea de América Latina
[…] debiera convencernos de que estos
honores sólo pueden concederlos,
de modo irrevocable y seguro, el juicio
imparcial de la posteridad. Muchos
caudillos
, que recibieron en vida apoteosis por haber precedido la libertad
de su
patria, embriagados luego en la copa de poder y trastornados por el
incienso
de la adulación, han marchitado sus laureles con atentar a las
libertades
públicas, e intentando reivindicar como una herencia
el
despotismo que destruyeron.
Lapidarias estas palabras de Heredia, había conocido
de cerca a Santa Anna, conocía el rumbo que estaba tomando México después de su
independencia y sabía también lo que estaba ocurriendo en otras naciones de la
región. Aceptemos que etas palabras suelen tener total vigencia, una vigencia
que ha venido dándose en múltiples procesos, no sólo en América Latina. Los
héroes de ayer se convierten en flagelos ahora para sus pueblos. La corrupción
que creció de aquella raíz que angustiaba a Heredia y se ha vuelvo árbol
enorme, por no decir bosque de espinas.
La decepción
y la tristeza se fueron apoderando del espíritu de Heredia y el cuerpo enfermo
acompañó el declive definitivo. La pobreza, la muerte de algunos de sus hijos y
la nostalgia por la ausencia de ciertos seres queridos y de su patria natal lo
fueron llevando a la muerte, luego a una fosa común desconocida y con el tiempo
cierto a olvido injusto y lamentable.
Poeta, dramaturgo, ensayista, periodista,
académico, jurista y animador cultural son algunas de las características de
este hombre que se acercó a la política para cambiar las cosas, pero resultó
aplastado por el poder y desecho por la decepción y la nostalgia. Hombre
grande, inteligencia superior que le permitía traducir a los clásicos latinos a
los siete años, Heredia sigue siendo bandera para los que todavía confiamos en
una sociedad más justa.